Las guerreras del "Arao"

La alarma hizo saltar todos los resortes del Instituto de Investigaciones Marinas. Un sinfín de "galletas" de fuel del Prestige, disgregadas del crudo adherido a las Cíes, estaban siendo combatidas en el mar por pescadores de bajura a un kilómetro de las islas, pero ya dentro de la Ría de Vigo.

El "Arao", un viejo barco de abastecimiento que hereda el nombre de una de las aves más dañadas por el vertido asesino, debía ser preparado para una misión distinta a las anteriores. Ahora había que pescar los grumos de fuel en el mar, con ganapanes o con lo que fuera, para evitar a toda costa que llegara al litoral vigués.

< El patrón de la embarcación, Jesús Toucedo, disponía de una tripulación de voluntarios formada en por seis mujeres -Marta Pérez, Susana Otero, Carmen Sotelo, Bibiana Gómez, Marga Nogueira y Ana Isabel Durán- y cinco hombres -José Pintado, Manuel Garci, Jorge Rodríguez, Carlos Regueira y Apolinar Mozos-. El barco va sobrecargado, pero son tantas las ganas de colaborar de las "guerreras" que finalmente accede a poner rumbo hacia lo que, en principio, se cree que puede ser "una gran mancha".

Un bocadillo mal digerido a causa del mar de fondo que maltrata a la pequeña embarcación, de sólo 10 metros de eslora, será el único sustento que tengan para combatir al viscoso enemigo.

El "Arao" no puede sobrepasar los siete nudos de velocidad debido al agitado mar y al exceso de peso. La espera es aprovechada por Pintado para transmitir las últimas consignas a los voluntarios. En un santiamén, la cubierta es plastificada y los tripulantes protegidos convenientemente. En el reparto de tareas, a Marta le toca mantenerse limpia, por sus problemas bronquiales, para ayudar así a los colegas que se embadurnarán de fuel. "Me da rabia no recoger, pero alguien tiene que hacer esto", confiesa contrariada.

Las seis jóvenes y Carlos Regueira habían acudido a Oia para limpiar el chapapote de las rocas, pero se habían vuelto sin poder hacerlo "por la descoordinación" que encontraron en Baiona. Ahora estaba a apenas unos segundos de su gran oportunidad.

La primera visión de la zona de batalla no fue desalentadora. La veintena de embarcaciones de bajura parecía que habían dado cuenta de los grumos. Pronto descubrieron que no.

Miles de pequeñas "galletas", formadas por fuel, arena y algas principalmente, flotaban a la deriva con rumbo al litoral vigués. Comenzaba la caza. Provistos de ganapanes, la tripulación las atrapaba como podía mientras Carmen, Ana y Marga usaban sus guantes para que la masa viscosa llegase a los capazos. Marta, a pesar de sus bronquios, tuvo que sustituir a Carmen porque el oleaje pasó factura al estómago de ésta.

Las "guerreras" se emplearon con ardor. En hora y media de batalla ya se habían pringado bien de fuel. "Al menos éste que sacamos hoy ya no volverá nunca", se consolaban. La contienda será larga.

"Al final, la vida siempre gana"

De levantar la moral de la tropa se encargaba Bibiana Gómez, una joven bióloga nacida en Ourense hace 25 años. Y eso que la catástrofe del Prestige ya le ha pasado factura, como a cientos de miles de gallegos: "Cada vez que enciendo la tele me echo a llorar", relata, "por eso últimamente no la he encendido".

Sin embargo, ayer quería ser "el inspector Gadget" para alargar los brazos y poder atrapar el chapapote que el pesado ganapán que manejaba no lograba alcanzar. Suya fue también una de las mejores definiciones que se han hecho hasta la fecha del chapapote: "Es asquerosamente asqueroso". Inmejorable.

Y también fue ella quien lanzó a los vientos un mensaje de esperanza, pese a que como bióloga sabe de las gravísimas consecuencias de la marea negra. "La vida siempre gana y, estoy segura, saldremos de esta catástrofe". Ojalá.